Tras enviudar contrae nuevo matrimonio con Fernando Queipo de Llano y Bernaldo de Quirós, oidor de las Reales Audiencias de Manila y de Sevilla, mayordomo de Semana de Carlos IV.
Véase: www.abcgenealogia.com
Retrato de la Marquesa de Llano por Mengs. Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.1775
Si el siglo XVIII es el siglo de la mujer como afirmaban los hermanos Goncourt, Isabel Mª Parreño, marquesa de Llano, es un preclaro ejemplo de su género. Llegó a ser ídolo de la corte de Viena como embajadora de España. Cuando bailó su primer minueto con José II, éste estuvo gran rato contemplándola, admirando su traje que describe de la siguiente manera el Marqués de Molins, en su libro La Manchega, deliciosa sucesión de cuadros de costumbres.
Web del Instituto de Estudios Albacetenses
“….. La montera de terciopelo en la cabeza con una roja escarapela y un clavel al lado, redecilla caída a la espalda, el jon o jubón de raso blanco con bocamangas y alamares negros, negro también de terciopelo el chaleco y realzado todo con botones de filigrana, y el delantal negro de sarga, y zagalego de paño de seda blanco con faralá de seda negra en ondas, y la media, y el zapato, y el pie tan finos que ni hechos a torno. Preguntóle su Majestad Imperial de qué era su traje, y ella contestó: “de Mancheguita” con cierto aire como si dijera: “de Emperatriz.”
El retrato aludido puede verse en la Real Academia de Bellas Artes de Madrid pintado por Mengs y reproducido en un grabado de Manuel Salvador Carmona, en la Calcografía Nacional.
No es de extrañar la respuesta dada al emperador por la marquesa habida cuenta de la raigambre manchega de su familia.
Isabel Mª Parreño había nacido en La Roda el 17 de Agosto de 1759. Su nombre aparece esculpido junto con el de Oliva de Sabuco en la Diputación de Albacete y su fama se debe especialmente a las obras de caridad que llevó a cabo lo que le valió que el Marqués de Molins, se refiriese a ella como “la santa hidalga”, expresión en la que se perciben los ecos de la admiración que aquella profesaba por la vida y la obra de Teresa de Jesús.
Pero lo más destacable de su personalidad es el espíritu de tolerancia del que hizo gala al acoger en su casa tanto a carlistas como a cristinos: Elío y Riego, Espartero, Cabrera y Oráa, entre otros, gozaron de su hospitalidad.
Murió en Albacete el día de la Ascensión (15 de agosto) de 1848 y en su epitafio se recogen los rasgos más destacados de su personalidad así como el cariño que le profesaron los albacetenses:
“Matrona de ilustre cuna
de pronto afable y liberal carácter,
de generosidad inagotable
de virtud ejemplar.
Hija piadosa hasta la abnegación,
esposa fidelísima aun en la viudez,
No tuvo hermanos
Fuéronlo para ella todos los albacetenses.
Dejó una hija sola
Amó como madre a todos los desgraciados
El pueblo regando en lágrimas su tumba
Séale gloriosa.
R. I. P.”