Los dechados son lienzos que se ejecutan a manera de muestrario, para practicar diversas puntadas y técnicas del arte del bordado. Estos «catálogos» de costura sirvieron a sus dueñas como un ejercicio propiciatorio de las «virtudes femeninas» y como ejemplo de trabajo y perfección.
Las primeras evidencias de esta práctica proceden de Egipto y datan de los siglos XIV y XV; en Europa, el ejemplo más antiguo se remonta a la primera mitad del XVI. En tanto, en el Continente Americano, desde el Virreinato de la Nueva España hasta inicios del siglo XX, las «labores de hilo y aguja» eran aprendidas y practicadas por las mujeres en colegios, conventos o en el hogar, el aprendizaje y ejercicio de estas tareas tuvo como protagonista a los dechados, convirtiéndolos en testigos de las tendencias en la educación femenina.
En el virreinato de la Nueva España se propició el aprendizaje y la práctica de las llamadas labores de manos o labores mujeriles, realizadas a partir del empleo de hilos y agujas, tareas señaladas por algunos libros y revistas de la época como decentes, honestas o delicadas, perfectas para el ejercicio femenino.
De acuerdo con la Historia de los indios de la Nueva España (1541), escrita por Toribio de Benavente «Motolinía», se menciona que Isabel de Portugal, reina consorte del rey Carlos I de España, dictó a un grupo de «mujeres devotas españolas» que se establecieran en el virreinato para instruir a las niñas indias para que pudieran «ser casadas», destacando el coser, labrar y bordar como prácticas paralelas al aprendizaje del cristianismo.
A mediados del siglo XVII la palabra «dechado» se usaba metafóricamente para señalar a la persona reconocida como ejemplo de virtud y modelo de perfección, destacando el caso de la Virgen María y de Cristo. Un precedente de la revisión del vocablo es el Tesoro de la lengua castellana o española (1611) de Sebastián Covarrubias, quien lo relaciona directamente con las labores textiles.
En la segunda mitad del siglo XVII, en la Nueva España existieron imágenes en las que figuran escenas de mujeres dedicadas a las labores en hilo y aguja, entre ellas los dechados. Destacan el caso de imágenes de emblemas morales y de las relacionadas con la vida de la Virgen.
Los dechados mexicanos más antiguos datan de 1784, son similares a sus contemporáneos españoles en composición y formato, distinguiéndose por las formas y motivos que recogen: los españoles se caracterizan por diseños geométricos de repetición por franjas o tareas, mientras que los mexicanos añaden motivos vegetales, animales y personajes trazados a partir del delineado de sus formas. Era común el uso de soportes de lino e hilos de seda, aunque se conocen ejemplos trabajados con hilos metálicos y de algodón.
En el siglo XVIII, en el contexto de la Ilustración, se consideraba que estas labores mujeriles como el arreglo de prendas, confección de fajas, calzones, pañuelos, sábanas y el adorno de textiles con bordado, deshilado o encajes, eran prácticas características de las mujeres y aprendían desde la niñez.
Teniendo como ejemplos a personajes como la reina Isabel I de Castilla (Isabel la Católica), se argumentó que estas labores eran propias de las mujeres sin importar su procedencia u ocupación pues resultaban beneficiosos para la ejecutante por ser un buen empleo de su tiempo.
Labores en hilo y aguja
Por la numerosa cantidad de ejemplares se piensa que durante el siglo XIX y la primera mitad del siglo XX se popularizó a creación de dechados, algunos se enmarcaron y colocaron en los muros de las casas; otros se regalaron a amistades, seres queridos o visitas, lo cual derivó en la conformación de colecciones destacadas alrededor del mundo.
La llegada a México de revistas, libros e ilustraciones de origen extranjero como Calendario de las señoritas mexicanas, La Camelia. Semanario de Literatura, puso a disposición del «bello sexo» recursos enfocados en la práctica de labores en hilo y aguja.
Los dechados también reflejaron los cambios globales del siglo XIX, en su composición aparecieron los símbolos nacionalistas -como figuras de inspiración indígena-, franceses e ingleses; frases sentimentales, números y abecedarios, algunos realizados en el ámbito escolar, que poseían el nombre de la autora, alumna o maestra y la fecha de terminación.
En estos bordados, las flores constituían un «jardín virtuoso» donde los lirios refieren a la pureza y castidad; el clavel a la obediencia y penitencia; el amaranto a la unión y fraternidad; el jazmín a la sencillez y simplicidad; las rosas representan pureza, amor, humildad, misericordia, amor a Dios, belleza y sabiduría. Asimismo se representaron animales e insectos, destacando ovejas, perros, aves, monos, venados, ardillas, conejos, caballos y toros.
También se realizaron dechados con frases de amor y desamor, con pictogramas, son comunes las cruces o los corazones en llamas, monogramas de vírgenes, símbolos de Cristo y custodias.
La iconografía política fue visible a través de la representación de la heráldica y símbolos patrios que sugieren ideas conservadoras en el contexto político de la primera mitad del siglo XIX, y en los más tardíos la exaltación patriótica.
El dechado indígena
Los dechados indígenas sirven para practicar, enseñar, recordar técnicas y diseños cuya peculiaridad es que retoman las características formales que distinguen a cada comunidad y revelan la repetición formar geométricas, flores y animales a través de los cuales comunican su relación simbólica con la naturaleza y sus creencias. En estos dechados, el uso colores crudos con los que se configuran motivos muy específicos que distinguen los referentes visuales de la comunidad a la que corresponden.
El dechado en el México moderno
A partir de los últimos años del XIX, los materiales sintéticos y los pigmentos de anilinas se tornaron en el común denominador de los dechados. Los delicados abecedarios en seda, cedieron la hegemonía a las puntadas en hilo de estambre en punto de cruz sobre soporte de cañamazo, el cambio radicó en el desarrollo tecnológico, la necesidad de la educación por optimizar el proceso de enseñanza y aprendizaje, así como la importancia que adquirió otro tipo de habilidades. El Romanticismo en México destacó a la mujer como protagonista del hogar. Se enfatizaron los valores que exaltaron el recogimiento en casa, un espacio ideal para lo que se consideraba debía caracterizar la buena educación de las damas como en espejo de sus virtudes, muchas de ellas traducidas al dominio de las «artes mujeriles». Así, a la par que algunas piezas realizadas en colegios o escuelas amigas que tendieron a simplificar sus procesos, al interior del hogar se instó a exaltar este tipo de prácticas, como fue el caso del llamado bordado de lo fino. El recogimiento derivó en el ejercicio de tareas domésticas que, en los mejores casos, se acompañaron por el aprendizaje y práctica de la lectura, escritura, cuentas y música; sentando las bases para el desarrollo de una cultura femenina específica a partir del cultivo del intimismo y la privacidad.
Más Información: Invitan a exposición Dechados de Virtudes: Mujeres que cosen historiashttp://elregio.com/cultura/115940-invitan-a-exposici%C3%B3n-dechados-de-virtudes-mujeres-que-cosen-historias.html#ixzz3vA0yHgLa