Estoy segura de que las personas que rondamos los sesenta hemos oído esta frase con frecuencia en nuestra niñez, sin saber a ciencia cierta qué significaba.
Saturnino Calleja -nos enteraríamos más tarde- fue un editor, pedagogo y escritor español que puso al alcance de la infancia de nuestro país todo el tesoro de los cuentos populares comúnmente conocidos como ‘cuentos de hadas’ a través de la editorial que lleva su nombre.
El exordio precedente viene a cuento y nunca mejor dicho al haber recibido del CEPLI (UCLM) la magnífica edición facsímil de “Blancanieves”, correspondiente a la edición de Calleja de 1930, aunque la primera edición de esta obra se remonta a 1917.
La presente edición cuenta con un excelente prólogo de Pedro Cerrillo y está bellamente ilustrada por José Zamora.
Blancanieves explora temores y conflictos que atenazan a niños, y especialmente a niñas, de toda condición como la sospecha -quién no la ha tenido- de que sus padres lo fuesen realmente o las tormentosas relaciones por lo general entre madres e hijas, por no hablar de la ominosa figura de la madrastra.
En su clásica obra Psicoanálisis de los cuentos de hadas Bruno Bettelheim explora tanto los conflictos edípicos presentes en el texto como las abundantes referencias sexuales de las que está plagada la obra. Más recientemente Sibylle Birkhauser en su ensayo La llave de oro: Madres y madrastras en los cuentos infantiles (Turner 2011) analiza los estereotipos de la maternidad: la madre bruja, la madre hada, la madre que abandona, la madrastra… aplicándolos a los conflictos psicológicos más habituales.
Así pues Blancanieves nos sigue sirviendo tanto a niños como mayores para plantearnos preguntas e intentar buscar las respuestas que nos hagan vivir más felices sin tener que caer en la blandenguería de las versiones de la norteamericana Disneylandia.
Oliva Blanco Corujo