Victoria Ocampo en 1913
“Pasaba sobre mí misma, como para ofrecer el menor blanco posible, me sentía presa. Presa de mi cuerpo. De mi cuerpo que odiaba, porque me estaba traicionando al conducirse de modo imprevisto. Porque algo en él merecía una vergüenza que yo no merecía ni aceptaba. Y que se repetiría cada mes. No podía deshacerme de mi cuerpo ni conformarme con una fatalidad que me sometía a sonrojarme por culpa de él, como si fuera su cómplice. La vergüenza había nacido de palabras oídas, no del cuerpo o de su comportamiento. La vergüenza venía de afuera. Era una vergüenza ajena a mí, ante la que todo en mí se rebelaba como si alcanzara una tremenda injusticia en lo más intacto y silvestre de mi ser. Me obligaban a desconfiar de mi cuerpo, ese compañero al que estaba amarrada. Yo no había sentido ninguna vergüenza al ver la sangre, como no la sentía cuando me sangraba una rodilla lastimada o la nariz. La vergüenza transformaba esa sangre en humillación. Humillación de la que ni siquiera podía quejarme. Humillación mensual, a plazo fijo”.
Fuente:
Victoria Ocampo: Autobiografía
Selección, prólogo y notas de Francisco Ayala
Alianza Editorial, Madrid, 1991